martes, 30 de junio de 2015

La mitad de mi vida sin ti, mamá...

Este artículo está dirigido a todas aquellas mujeres que han perdido a sus mamás… y a todas aquellas que aún la tienen con vida y no se han dado cuenta de lo afortunadas que son.


El día de hoy se cumplen dos décadas de que murió mi mamá después de enfrentar una lucha contra el cáncer de páncreas y perderla a causa de una septicemia.

Hoy desperté con la voz en la cabeza que con tono de trámite decía aquella madrugada: “familiar de Altamirano Meléndez”… En mis sueños me veo recorriendo nuevamente aquel solitario pasillo para llegar al área de terapia intensiva con el eco de mis pasos resonando. Al llegar, un desvelado médico de guardia me recibe con la pregunta: “¿tú eres la familiar de Altamirano Meléndez?” – “” respondo, mientras miro hacia la cama donde estaba mi mamá y veo apagados los aparatos que durante días la habían ayudado a sobrevivir.
No me permiten acercarme para despedirme.

De esa madrugada a la fecha muchas cosas han pasado, pues ha transcurrido la mitad de mi vida sin ella.
Estudié, me gradué de licenciatura, especialidad y maestría. Viajé y regresé. Trabajé, renuncié, me despidieron, emprendí por mi cuenta.
Gracias a ella encontré al hombre de mi vida (lo conocí donando sangre para ella). Me enamoré, me casé y… me convertí en madre.

Y es aquí donde quisiera centrar mi relato. Hace 11 años que nació mi primera hija. ¿Te puedes imaginar todas las dudas e incertidumbres que tenía? Fui la más pequeña de mi familia y la primera en tener hijos, así que ni idea de cómo cuidar bebés. Afortunadamente, la vida me proveyó de una suegra súper paciente y amorosa que me compartió todo lo que ella sabía y había hecho con sus propios hijos…

Sin embargo, durante estos años me han surgido tantas dudas acerca de mi propia historia… Curiosidad (por no decir – necesidad de saber -) cuáles habrán sido los procesos por los que atravesó mi mamá en su vida (como mujer, esposa, mamá, profesional, hija, hermana).
Claro que tengo recuerdo de una que otra anécdota relatada alguna vez por mi madre o mis tías abuelas. Pero no sobre cosas muy puntuales y que me encantaría tener la posibilidad de preguntárselas ahora.

Bien dicen que uno aprecia a plenitud a las madres cuando uno se convierte en mamá. Hay tantas cosas que también quisiera agradecerle… Y bueno, esto es un poco más fácil, basta con pensar en ella y decirle: “gracias, mamita”, ya sabes, por las miles de veces que me enfermé y estuvo ahí (aún hoy, cuando llego a vomitar, extraño su mano sosteniendo mi frente); o el sonido de sus pasos chancleando por la escalera mientras bajaba a hacerme el desayuno antes de que me fuera a la prepa (hábito que honro fomentándolo en mi familia, nadie se va sin desayunar).

Debo ser sincera, la relación con mi mamá no siempre fue maravillosa. Debo agradecer a una de las grandes cirugías a las que se sometió cuando yo tenía 13 años el haberme acercado a ella. A partir de aquel verano, me dí cuenta que de la “levedad del ser” era real.

Y también me pregunto en ocasiones: “¿las personas que aún tienen a sus mamás, sabrán la suerte que tienen?”. ¿Reconocerán la fortuna que es poder preguntarles desde las cosas más mínimas y fútiles hasta las más existenciales sobre esto de ser mamá?

Tanto si sí como si no, aprovecha hoy para decir gracias. Si es pertinente: lo siento. Y si es necesario, acude a terapia para tramitarlo. Es cierto que el tiempo cura muchas heridas y les da perspectiva, pero el vacío que dejan los padres y madres cuando se van… perdura.

Por lo pronto, gracias, papá, por estar por aquí todavía llenando esos rincones melancólicos con tanto amor.



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