Alguna vez, en su vivencia como papás han sentido las
ganas de gritar: “¡PAREN, QUE ME QUIERO BAJAR!”.
Pues yo sí, y al parecer, por lo que me cuentan otros
papás en los talleres o en consulta, no soy la única. Pero ¿a qué me refiero?
Las situaciones pueden ser tan diversas como lo son nuestras familias, pero
básicamente, hago alusión a aquellos momentos en los que la demanda de nuestras
actividades diarias (profesionales, relaciones laborales-sociales y el trabajo
en casa –ya saben, ese que nunca se acaba-) y la relación con nuestros hijos
nos dejan exhaustos. Especialmente porque muchos de esos esfuerzos están
encaminados a su bienestar, a ayudarlos a crecer de la manera que nos parece
más adecuada y pareciera que no importando cuán grande sea nuestro esfuerzo,
nunca logramos satisfacer sus demandas materiales y emocionales. “PAREN QUE ME
QUIERO BAJAR”.
Y lo que
pasa a veces, es que además de todo aquello que “hacemos”, nuestros hijos no
están al tanto de que establecemos nuestra relación con ellos con nuestras
mejores intenciones, sobreponiéndonos a nuestras propias carencias. Pues fuimos
educados por padres que a su vez tuvieron sus propias carencias emocionales –las cuales en ocasiones nunca fueron
conscientes ni trabajadas- y de modelos de conducta basados más en la
obediencia vertical que en la negociación. Y de repente, nos encontramos
nosotros siendo adultos, con niños internos lastimados, a veces conscientes de
ello y trabajándolo, y la mayoría de las veces sólo sacando fuerzas de flaqueza
para no recurrir a las viejas prácticas paternales vividas en carne propia.
“PAREN QUE ME QUIERO BAJAR”.
Otra cosa que no saben nuestros hijos, es que ante
escenarios como esos, con nuestro aparato psíquico y emocional agotado, en la
primera persona que repercute es en la pareja. Porque claro, si tú estás
exhausto, sintiéndote vacío, con qué acompañas amorosamente al otro. Esta
sensación de “me quiero bajar”, parece que va “en paquete” con la pareja, y la
alucinación es que apartándote de TODO, tal vez recuperes parte de tu identidad
desdibujada en tanto esfuerzo y puedas recuperar “tu vida”.
Aclaro, no tu vida
real (sí, esa que te tiene agotado), sino “tu vida ideal”, esa que te
imaginaste cuando iniciaste tu matrimonio, en la cual soñaste que todo esfuerzo
sería compensado con una satisfacción directamente proporcional al empeño que
pusiste, empezando por el económico y siguiendo por la placidez de una relación
de pareja, plena, apasionada. Coronada por la felicidad de la llegada de unos
hijos que siempre serían agradecidos con aquello que les ofrecemos. Entendiendo
ese agradecimiento como devoción, obediencia, alegría y empatía hacia nosotros,
sus amorosos padres.
Pero no, esa no es “tu vida real”, es “tu vida ideal”,
producto sólo de tus expectativas. Tal vez, lo que más agota es constatar que
esas expectativas están demasiado alejadas de la realidad.
¿Qué hacer entonces? – además de gritar: “PAREN QUE ME
QUIERO BAJAR”.
Vale la pena agradecer a esa hermosa imagen de familia y
pareja que nos habíamos hecho y… despedirla.
Acto seguido, hacer una aspiración muy profunda y darle
la bienvenida – con los brazos abiertos – a la familia y pareja que en realidad
tienes y de la cual eres parte. Aceptarla con todo aquello que tiene y que
carece, apreciando la felicidad que sí te da, resaltando las virtudes que sí
tiene, recuperando esos momentos que te han hecho llorar de emoción, no por su
parecido con tu imagen ficticia de familia, sino por la emoción que has
experimentado, que es tuya, que es invaluable y que ES REAL.
Charlar con tu pareja sobre
todo esto que sientes que está a punto de rebasarte, también ayuda. Por lo
menos le deja la claridad de que lo que está pasando no es contra él o ella.
Que nuestras frágiles expectativas se están desmoronando, y que lejos de que
esto sea negativo, es un aliciente al despertar adulto desde el cual sí puedes
hacer algo distinto, empezando por la actitud con la que lo afrontas. Cuando
puedes compartir esto con tu pareja, es probable que él o ella también te
muestren los añicos de sus propias expectativas. Cuando el encuentro se da de
manera amorosa, estas astillas pueden ser el cimiento de la construcción de una
familia más fuerte y unida, partiendo de lo que sí hay y distinguiendo lo que
se quiere conservar de ella.
Así que la próxima vez que quieras gritar: “PAREN QUE ME
QUIERO BAJAR”, respira profundo, deja salir el aire dando un suspiro
pronunciado, como dejando que el oxígeno llegue a tu cerebro, y desde ahí, date
tiempo de reflexionar si lo que te rebasa es lo que está ocurriendo o la
expectativa que tenías de ello. Si lo que falla sólo es la expectativa, date un
ratito para despedirla y, respirando con toda consciencia, abre un paréntesis
para ver a tu familia real… ¿qué observas? ¿Qué conservarías de esta dinámica?
¿Qué ya no quieres conservar? Con esto más claro, ve y platícalo con tu pareja,
luego y en consenso, con tus hijos. Renueven votos partiendo de su realidad.
Y así, tal vez la próxima vez que griten: “PAREN QUE ME
QUIERO BAJAR”, sea porque han llegado juntos y con gozo al destino que han
construido todos los días.
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